El conde de Montecristo.pdf

(3698 KB) Pobierz
Obra reproducida sin responsabilidad editorial
El conde de Montecristo
Alejandro Dumas
Advertencia de Luarna Ediciones
Este es un libro de dominio público en tanto
que los derechos de autor, según la legislación
española han caducado.
Luarna lo presenta aquí como un obsequio a
sus clientes, dejando claro que:
1) La edición no está supervisada por
nuestro departamento editorial, de for-
ma que no nos responsabilizamos de la
fidelidad del contenido del mismo.
2) Luarna sólo ha adaptado la obra para
que pueda ser fácilmente visible en los
habituales readers de seis pulgadas.
3) A todos los efectos no debe considerarse
como un libro editado por Luarna.
www.luarna.com
PRIMERA PARTE
EL CASTILLO DE IF
Capítulo primero: Marsella. La llegada
El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra
Señora de la Guarda dio la señal de que se
hallaba a la vista el bergantín
El Faraón
proce-
dente de Esmirna, Trieste y Nápoles. Como
suele hacerse en tales casos, salió inmediata-
mente en su busca un práctico, que pasó por
delante del castillo de If y subió a bordo del
buque entre la isla de Rión y el cabo Mongión.
En un instante, y también como de costumbre,
se llenó de curiosos la plataforma del castillo de
San Juan, porque en Marsella se daba gran im-
portancia a la llegada de un buque y sobre todo
si le sucedía lo que al
Faraón,
cuyo casco había
salido de los astilleros de la antigua Focia y
pertenecía a un naviero de la ciudad.
Mientras tanto, el buque seguía avanzando;
habiendo pasado felizmente el estrecho produ-
cido por alguna erupción volcánica entre las
islas de Calasapeigne y de Jaros, dobló la punta
de Pomegue hendiendo las olas bajo sus tres
gavias, su gran foque y la mesana. Lo hacía con
tanta lentitud y tan penosos movimientos, que
los curiosos, que por instinto presienten la des-
gracia, preguntábanse unos a otros qué acci-
dente podía haber sobrevenido al buque. Los
más peritos en navegación reconocieron al pun-
to que, de haber sucedido alguna desgracia, no
debía de haber sido al buque, puesto que, aun
cuando con mucha lentitud, seguía éste avan-
zando con todas las condiciones de los buques
bien gobernados.
En su puesto estaba preparada el ancla, suel-
tos los cabos del bauprés, y al lado del piloto,
que se disponía a hacer que El Faraón enfilase
la estrecha boca del puerto de Marsella, hallá-
base un joven de fisonomía inteligente que, con
mirada muy viva, observaba cada uno de los
movimientos del buque y repetía las órdenes
del piloto.
Entre los espectadores que se hallaban reuni-
dos en la explanada de San Juan, había uno que
parecía más inquieto que los demás y que, no
pudiendo contenerse y esperar a que el buque
fondeara, saltó a un bote y ordenó que le lleva-
sen al
Faraón,
al que alcanzó frente al muelle de
la Reserva.
Viendo acercarse al bote y al que lo ocupaba,
el marino abandonó su puesto al lado del piloto
y se apoyó, sombrero en mano, en el filarete del
buque. Era un joven de unos dieciocho a veinte
años, de elevada estatura, cuerpo bien propor-
cionado, hermoso cabello y ojos negros, ob-
servándose en toda su persona ese aire de cal-
ma y de resolución peculiares a los hombres
Zgłoś jeśli naruszono regulamin