La catadora de Hitler versión 1.pdf

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¿Hitler se suicidó o fue asesinado por uno de sus más cercanos colaboradores?
Basándose en la estremecedora historia de Margot Wölk, V. S. Alexander ha escrito
un absorbente thriller que pone en duda lo que sabemos sobre la muerte del Führer.
Cuando los bombardeos de los Aliados comienzan a caer sobre Berlín, los padres de
Magda deciden enviarla con sus tíos a las montañas, donde le consiguen un trabajo en
el Berghof, el lugar de descanso de Hitler. Tras una serie de rigurosos exámenes
físicos y mentales, es asignada a la cocina. ¿Su labor? Formará parte del grupo de
mujeres dedicadas a catar los alimentos del Führer para asegurarse de que no estén
envenenados. En medio de la belleza de los Alpes bávaros, poco a poco Magda se
olvida de los horrores de la guerra y del peligro que arrastra su nuevo trabajo. Sin
embargo esta aparente calma se esfumará cuando conozca al capitán de las SS Karl
Weber, un conspirador que intenta convencerla de que el Führer debe morir y ella es
la pieza más importante de un complot que pondrá a prueba su inteligencia y lealtad.
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V.S. Alexander
La catadora de Hitler
ePub r1.1
Titivillus 17.11.2019
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Título original: The Taster
V.S. Alexander, 2018
Traducción: Susana Olivares
Diseño de portada: Diana Urbano Gastélum
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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PRÓLOGO
Berlín, 2013
¿Quién mató a Adolf Hitler? La respuesta se oculta en estas páginas. Las
circunstancias que rodearon su muerte son objeto de controversia desde 1945, pero yo
conozco la verdad. Estuve allí.
Ahora soy una vieja viuda sin hijos, abandonada en una casa atestada de
recuerdos tan amargos como cenizas. No me provocan alegría ni los tilos en
primavera ni los lagos azules en verano.
Yo, Magda Ritter, era una de las quince mujeres que cataban los alimentos de
Hitler, a quien le preocupaba de manera obsesiva que lo envenenaran los Aliados o
algún traidor.
Después de la guerra, nadie, a excepción de mi marido, supo lo que hice. Nunca
hablé de ello. No podía. Pero los secretos a los que me aferré por tantos años
necesitan escapar de esta prisión interior. Ya no me queda mucho tiempo de vida.
Yo conocí a Hitler. Lo miré caminar por los pasillos de su refugio alpino, el
Berghof, y lo seguí a través del laberinto de la Guarida del Lobo, su cuartel general
en Prusia Oriental. Estuve cerca de él en su último día en las profundidades
sepulcrales de su búnker en Berlín. Era frecuente que estuviera rodeado por un
séquito de admiradores sobre los que flotaba su cabeza como una claraboya en el mar.
¿Por qué nadie mató a Hitler antes de que muriera en el búnker? ¿Fue un capricho
del destino? ¿Tenía una capacidad sobrenatural para escapar a la muerte? Hubo
muchas conspiraciones para matarlo, pero todas fracasaron. Solo una logró lastimar al
Führer. Aunque ese intento fallido lo único que consiguió fue reforzar su creencia en
la providencia, en su derecho divino a gobernar como le pareciera.
El primer recuerdo que tengo de él es de la Asamblea del Partido de 1932 en
Berlín. En ese entonces, yo tenía quince años. Se puso de pie sobre una plataforma de
madera y habló ante un pequeño grupo de personas que crecía minuto a minuto, a
medida que se corría la voz de su presencia en Potsdamer Platz. Ese día de noviembre
caía lluvia de unas nubes grises, pero cada una de las palabras que pronunció
explotaron en el aire hasta que la muchedumbre pareció resplandecer gracias al ardor
y la rabia que sentían hacia los enemigos del pueblo alemán. Cada vez que se
golpeaba en el corazón, el cielo se estremecía. Traía puesto un uniforme café con una
correa de cuero negro que le cruzaba el pecho. En su brazo izquierdo destacaba el
parche rojiblanco con la esvástica negra. Una pistola colgaba de su cintura. No era
particularmente atractivo, pero sus ojos te cautivaban de una manera poderosa.
Circulaban rumores de que quiso ser arquitecto o artista, pero siempre imaginé que
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