ENSAYO ALQUIMICO POR EL COSMOPOLITA.txt

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ENSAYO ALQUIMICO POR EL COSMOPOLITA : 

Ensayo sobre el Arte de la Alquimia

 

 

 

La búsqueda de la Piedra Filosofal no está de moda hoy en día. Un alquimista del siglo XVII, Alejandro Sethon, más conocido por el nombre de «el Cosmopolita», escribía ya en su época:

 

"Se considera la Piedra filosofal como una pura quimera y las personas que la buscan son tomadas por locas. Este desprecio, dicen los filósofos herméticos, es un efecto del justo juicio de Dios que no permite que secreto tan precioso sea conocido por los malvados y los ignorantes."

 

Antaño era una locura para la mayoría de los hombres; en nuestros días es un absurdo. Esta ciencia ha caído en un descrédito tal, que casi todos ignoramos tanto su finalidad como sus medios.

 

Si abrimos al azar un viejo libro de Alquimia el estilo nos parece confuso, las fórmulas extrañas, la química fantasiosa y sin fundamento; nos sorprendemos de que tantos hombres de otros siglos hayan podido pasar su vida en estudio tan quimérico. Éste es el juicio somero que hace el hombre del siglo XX a propósito de la enseñanza de los antiguos Sabios. Podemos preguntarnos, sin embargo, leyendo estos libros, si se trata de charlatanes que esconden su ignorancia bajo las apariencias de una jerga presuntuosa, o de Sabios que ocultan celosamente su sabiduría tras las espinas de un estilo oscuro con el fin de poner a prueba la sagacidad y la constancia del lector.

 

Ambas hipótesis son ciertas.

 

La mayoría de los alquimistas no han sido más que usurpadores de este título, sopladores de carbón, como se decía antes. Han errado toda su vida y se han arruinado en la búsqueda de una quimera, porque no conocían la verdadera materia sobre la cual debían trabajar, ni la naturaleza del Fuego de los Filósofos. Los más afortunados han acabado descubriendo alguna sal purgativa, algún procedimiento para la fabricación de porcelana o de cerillas de azufre. Son los antepasados de la ciencia moderna. Nuestros hombres de ciencia, guardando las distancias, han hecho progresar los conocimientos humanos en el mismo terreno. Pero también ignoran, digan lo que digan, la verdadera materia y la naturaleza del Agente universal. Su ciencia no ha dado a los hombres el conocimiento, sino el extravío; no la libertad, sino una esclavitud mayor; no los ha enriquecido tampoco porque sus deseos se extienden cada día más.

 

Pero hay otros además de los sopladores; no todos han sido charlatanes. Algunos alquimistas de antaño firmaron su paso aquí abajo y atestiguaron la realidad de su ciencia con verdaderas transmutaciones metálicas.3

 

Aunque el Arte de los Sabios no tenga que pedir ninguna confirmación a la ciencia moderna, subrayemos que nuestros sabios saludan de pasada las «intuiciones geniales» de los antiguos alquimistas, desde que han descubierto la unidad de la «materia», que, en efecto, el Arte de las transmutaciones postula.4 Un defensor moderno de la Alquimia escribe al respecto estas líneas pertinentes:

 

Puesto que hablamos de la Gran Obra, aprovechémoslo para volver sobre un punto capital ya tratado superficialmente; sobre el abismo que la separa de los intentos de transmutación por la vía físico-química, intentos a los que la disolución atómica de actualidad. De entrada, subrayemos con qué gastos, con qué despilfarro de energía, en qué laboratorios titánicos (que ninguna fortuna privada podría permitirse el lujo de financiar) operan masivamente nuestros modernos Faustos. Todo ello para conseguir «transmutaciones» del orden de una diezmillonésima de gramo.

 

Es el parto de las montañas alumbrando un ratón.

 

Comparativamente, la Gran Obra física no necesita más que algunos cuerpos bastante comunes, un poco de carbón, dos o tres vasijas muy simples, ninguna de las fuentes de energía que la ciencia moderna consume como un verdadero ogro, y puede ser realizada enteramente por un solo hombre con paciencia y tiempo. Esto para obtener transmutaciones eventualmente masivas.

 

Y el autor concluye sus reflexiones con estas palabras:

 

A pesar de una terminología bárbara que aumenta cada día, donde los iones, los electrones, los protones, los neutrones, los deutones y otros ingredientes de la cocina nuclear juegan un papel impresionante, la materia sigue siendo «tierra ignota».

 

Los abismos que separan a la ciencia moderna de la Gran Obra son absolutamente infranqueables y ésta es la razón por la que nuestra época ha perdido su nostalgia y casi su recuerdo. Mientras nos dirijamos hacia la Alquimia con los prejuicios de un hombre del siglo XX, esta ciencia nos estará «herméticamente» cerrada.

 

Los Adeptos dicen que su ciencia es la de Dios mismo; que sin su inspiración es imposible llegar a la posesión de esta bendita Piedra de los Sabios que confiere a quienes la poseen la salud, la riqueza, el señorío sobre toda la naturaleza; que les socorre en todas sus necesidades, que les asegura incluso la posesión inalienable de la vida, eternamente fijada en sí mismos.6 Su piedad, su fe, su amor por Dios Todopoderoso, separan radicalmente a los Sabios de nuestros sabios modernos que no acostumbran a solicitar la inspiración del Espíritu Santo. Todos los libros de los verdaderos Adeptos están llenos de exhortaciones al lector para recomendarle que se vuelva hacia Dios. El profeta Daniel ya proclamaba:

 

Bendito el nombre de Dios de siglo en siglo; porque suya es la sabiduría y la fuerza. Y Él es el que muda los momentos y los tiempos; quita reyes y pone reyes; da la sabiduría a los sabios y el saber a los inteligentes. Él revela las cosas profundas y escondidas, conoce lo que está en las tinieblas y mora con Él la luz.

 

Recurrid a Dios, hijo mío -se exclama Alano-, volved vuestro corazón y vuestro espíritu hacia Él más que hacia el Arte; pues esta ciencia es uno de los mayores dones de Dios con el cual favorece a quien le place. Amad pues a Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a vosotros mismos; pedid esta ciencia a Dios con insistencia y con perseverancia y os la concederá.

 

Hojeando los viejos libros de Alquimia, se podrían citar infinidad de textos de este tipo.

 

También se separan de la ciencia moderna por su amor a lo secreto. La ciencia de nuestros días, múltiple y complicada, está abierta a todo el mundo. Los Sabios estaban celosos de la suya. Si su arte parece arduo a aquel que lo busca, para quien lo conoce es tan fácil como un trabajo de mujeres y un juego de niños. Por ello han tenido tanto cuidado en esconderlo. Querían evitar que cayera en manos de los malvados, de los orgullosos, de los mediocres. Este Arte solamente se revela en la simplicidad, la pureza y el amor.

 

Sería una locura alimentar a un asno con lechugas u otras hierbas raras, dicen varios Filósofos, puesto que los cardos le bastan. El secreto de la Piedra es lo bastante precioso como para hacer de él un misterio. Todo lo que puede volverse perjudicial para la sociedad, aunque de por sí excelente, no debe ser divulgado y solamente debe hallarse de ello en términos misteriosos. (Harmonie Chymique).

 

Los sabios de hoy en día se inspiran en la misma discreción.

 

Te juro por mi alma -escribe Ramon Llull- que si desvelas esto serás condenado. Todo viene de Dios y todo debe regresar a Él. Si, por algunas palabras ligeras, dieras a conocer lo que ha exigido tantos años de cuidados, serías condenado sin remisión en el juicio final por esta ofensa a la majestad divina.

 

Los Sabios de antaño han recorrido el mundo envueltos en oscuras vestiduras. Poseedores del secreto divino, no se han preocupado, sin embargo, de parecer sabios. El vulgo sólo se fía de las apariencias. Los Adeptos han vivido ignorados casi siempre. Eran la prudencia misma: querer descubrirse al mundo, incluso para salvarlo, equivale a condenarse con seguridad a la tortura y a la muerte. Los Adeptos han ido sin hablar, salvo en algunas ocasiones y aun así en términos enigmáticos, a modo de parábolas. Pocos entre sus contemporáneos han sospechado su secreto. Ahora, ya no se cree en absoluto en él. ¿Tanto se ha alejado nuestro espíritu, que nos hemos vuelto incapaces de dirigirnos hacia este secreto?

 

Muchos buscadores, ávidos de esoterismo, clasifican a la Alquimia o Arte de las transmutaciones entre las ciencias ocultas al mismo nivel que la astrología, la magia, la medicina, las artes adivinatorias, etc. En realidad, la Alquimia no es una de las armas del esoterismo, es su llave o su Piedra Angular. Algunos Adeptos han operado públicamente transmutaciones metálicas mientras que otros nunca lo han hecho. Aquel que posee la Piedra Angular de los Sabios, descubre sin esfuerzo el medio de metamorfosear en oro los metales vulgares, así como la práctica de todas las Artes particulares y el secreto de todas las medicinas propias para mejorar las naturalezas mineral, vegetal y animal; pero esto le es dado por añadidura, como está dicho en los Evangelios. Buscar primeramente el oro vulgar es pues un error fatal inspirado por la más sórdida de las codicias: ella ha extraviado a todos los vividores de este mundo para los cuales el polvo de proyección no era sino un medio para adquirir riquezas materiales y elixir de vida, para conservar una juventud licenciosa. Aún actualmente, mucha gente dice: «busquemos primero el "ganarnos la vida", luego buscaremos la sabiduría». Los desgraciados no se dan cuenta de que aquellos que quieren ganarse la vida, a fin de cuentas la pierden, ya que todo acaba en la fosa. Los avaros no son nunca ricos; los Sabios, al contrario, poseen la fuente de todos los bienes, tanto de los «bienes materiales» como de los demás.

 

Otros consideran la ciencia Alquímica o Hermetismo como un conjunto de símbolos metafísicos...
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