amor y pedagogía.pdf

(485 KB) Pobierz
Amor y Pedagogía
Por
Miguel de Unamuno
I
Hipótesis más ó menos plausibles, pero nada más que hipótesis al cabo, es
todo lo que se nos ofrece respecto al cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué
ha nacido Avito Carrascal. Hombre del porvenir, jamás habla de su pasado, y
pues él no lo hace de propia cuenta, respetaremos su secreto. Sus razones
tendrá cuando así lo ha olvidado.
Preséntasenos en el escenario de nuestra historia como joven entusiasta de
todo progreso y enamorado de la sociología. Vive en casa de huéspedes,
ayudando con sus sabias disertaciones de sobremesa, y aun de entre platos, la
digestión de sus compañeros de alojamiento.
Vive Carrascal de sus rentas y ha llevado á cima, á la chita callando, sin
que nadie de ello se percate, un hercúleo trabajo, cual es el de enderezar con la
reflexión todo instinto y hacer que sea en él todo científico. Anda por
mecánica, digiere por química y se hace cortar el traje por geometría
proyectiva. Es lo que él dice á menudo: «sólo la ciencia es maestra de la vida»
y piensa luego: «¿no es la vida maestra de la ciencia?»
Mas su fuerte está en la pedagogía sociológica:
—Será la flor de nuestro siglo—dice de sobremesa, mientras casca unas
nueces, á Sinforiano, su admirador;—nadie sabe lo que con ella podrá
hacerse...
—Hay quien cree que llegará á hacerse hombres en retorta, por síntesis
químico-orgánica—se atreve á insinuar Sinforiano, que está matriculado en
ciencias naturales.
—No digo que no, porque el hombre que ha hecho los dioses á su imagen
y semejanza, es capaz de todo; pero lo indudable es que llegará á hacerse
genios mediante la pedagogía sociológica, y el día en que todos los hombres
sean genios...—engúllese una nuez.
—¡Pero qué teorías, don Avito!—prorrumpe, sin poder contenerse, el
matriculado en ciencias naturales.
—¿Usted sabe, Sinforiano amigo, cómo hacen su reina las abejas?
—No, todavía no hemos llegado á eso...
—Entonces no sé si debo... porque el método...
—¡Oh, sí, sí, don Avito, sí! ¡qué teorías! ¡qué teorías!
—Pues es el caso que cogen un huevecillo cualquiera de hembra, uno
cualquiera, uno como los demás, fíjese bien en esto, Sinforiano, un vulgar
huevecillo de hembra, y mediante un trato especial y régimen de distinción,
alimentando á la larva con pasta real ó regia, mediante una acertada pedagogía
abejil, ó, si hemos de hablar técnicamente, melisagogía, sacan de él la reina...
—¡Qué teorías! ¡oh, qué teorías!
—No, amigo Sinforiano, no; son hechos. Y lo que hacen las abejas con sus
larvas, ¿por qué no hemos de hacer con nuestros hijos los hombres? Tómese
un niño, un niño cualquiera, con tal que sea niño y no niña...
—Me permite usted, don Avito—y ante el silencio del teorizante, prosigue
Sinforiano:—¿por qué ha de ser precisamente niño?
—¿Y por qué ha de salir la reina precisamente de hembra? En la especie
humana el genio ha de ser por fuerza masculino.
—¡Qué teorías!
—Tómese un niño cualquiera, digo, tómesele desde su estado embrionario,
aplíquesele la pedagogía sociológica y saldrá un genio. El genio se hace, diga
el refrán lo que quiera; sí, se hace... se hace... y ¿qué no se hace? Y lo
demostraré...
Y ante el silencio de Sinforiano, que mira y calla, añade Carrascal
rompiendo una nuez:
—¿Que cómo lo demostraré? ¿Cómo? ¡Pues... con hechos!
—¡Oh, los hechos!—suspira Sinforiano.
—¡Los hechos...!—repercute Carrascal, y quedan ambos mirando á la
patrona, que pasa con un flan para el Delegado, que come aparte, en su cuarto.
—¿Están buenas las nueces?—les pregunta doña Tomasa.
—El hecho es que las más de ellas están huecas—contesta Carrascal.
—No puede ser, don Avito, porque son recientes y de veinticuatro perras
celemín...
—No puede ser, señora doña Tomasa, ¡pero es!—responde con energía
Carrascal.
Y así que ha despejado el campo doña Tomasa, yéndose envuelta en su
prosaico vaho de cocina, Avito continúa:
—Con hechos, sí, amigo Sinforiano, ¡con hechos!
—¡Oh, los hechos!
—Tiempo hace que maduro un vasto plan para llevar á la práctica mis
teorías, aplicando mi pedagogía sociológica in tabula rasa...
—¿Se va á hacer maestro?
—Algo más hondo.
—¿Más hondo?
—¡Más hondo, sí, voy á hacerme padre!
«¿Se hace uno padre ó le hacen tal?» piensa el matriculado en ciencias
naturales, traduciéndolo en esta frase:
—Qué teorías, don Avito, ¡oh, qué teorías!
Y se levantan de la mesa, para madurar su plan el uno, para estudiar el otro
la lección del día siguiente. Porque Sinforiano, como buen chico que es, se
lleva siempre una lección por delante y unas cuantas por detrás.
Medita, en efecto, Carrascal buscar mujer á él y á su obra adecuada, y con
ella casarse para tener de ella un hijo en quien implantar su sistema de
pedagogía sociológica y hacerle genio. Por amor á la pedagogía va á casarse
deductivamente.
Porque es de saber, antes de proseguir nuestro relato, que los matrimonios
pueden ser inductivos ó deductivos. Ocurre, en efecto, con harta frecuencia,
que rodando por el mundo se encuentra el hombre con un gentil cuerpecito
femenino que con sus aires y andares le hiere las cuerdas del meollo del
espinazo, con unos ojos y una boca que se le meten al corazón, se enamora,
pierde pie, y una vez en la resaca no halla mejor medio de salir á flote que no
sea haciendo suyo el garboso cuerpecito con el contenido espiritual que tenga,
si es que le tiene. He aquí un matrimonio inductivo. En otros casos acontece
que al llegar á cierta edad experimenta el hombre un inexplicable vacío, que
algo le falta, y sintiendo que no está bien que esté el hombre solo, se echa á
buscar viviente vaso en que verter aquella redundancia de vida que por
sensación de carencia se le revela. Busca mujer entonces y con ella se casa en
matrimonio deductivo. Todo lo cual equivale á decir que, ó ya precede la
novia á la idea de casarse, conduciéndonos aquélla á ésta, ó ya el propósito del
casorio nos lleva á la novia. Y el matrimonio del futuro padre del genio tiene
que ser, ¡claro está!, deductivo.
Y como un hombre moderno, por mucho que en la pedagogía sociológica
crea, no puede dejar de creer en la ley de la herencia, cavila noche y día Avito
acerca del temperamento, idiosincrasia y carácter que su colaboradora ha de
tener. Porque eso de que el huevecillo del futuro genio haya de ser un
huevecillo como los demás, está bien en teoría, como postulado y punto de
arranque de nuestra pedagogía, para los matriculados en ciencias, pero...
¿hemos de despreciar el instinto? A buscar, pues, novia.
Sentado ante su mesa, bien arrebujadas las piernas en una manta que imita
una piel, y en largas horas de meditación fecunda, ha trazado Avito en unas
cuantas cuartillas los caracteres antropológicos, fisiológicos, psíquicos y
sociológicos que la futura madre del futuro genio ha de tener. Y tales
caracteres en ninguna encarnan mejor que en Leoncia Carbajosa, sólida
muchacha dólico-rubia, de color sano, amplias caderas, turgente y levantado
pecho, mirar tranquilo, buen apetito y mejores fuerzas digestivas, instrucción
variada, pensar libre de nieblas místicas, voz de contralto y regular dote. Avito
ha puesto sus ojos en los de ella, por si éstos le dicen algo; pero Leoncia, á
fuer de futura madre de genio futuro, no responde más que con la boca, y eso
cuando se la pregunta.
Decidido á la conquista de Leoncia, pónese Avito á redactar con tiento y
medida eso que se llama carta de declaración. La cual no cabe sea,
¡naturalmente! centón de esas encendidas frases que el amoroso instinto dicta,
sino reposados argumentos que de la científica teoría del matrimonio derivan.
Y del matrimonio mirado á luz sociológica. Doce horas, en seis noches
consecutivas, le cuesta el documento. Y no es la cosa para menos, porque
cuando al rodar de los años se estudie al genio obtenido por pedagogía, pieza
de escogido estudio habrá de ser, sin duda, la Carta Magna que de preludio le
sirve. Escríbela, por lo tanto, Avito para la posteridad, á través de Leoncia, la
dólico-rubia de anchas caderas. Es todo un informe amoroso; allí, con la
precisa hoja de parra, las ineludibles necesidades orgánicas, allí psicología del
amor sexual al alcance de las Leoncias Carbajosas y de la posteridad á que
resumen, con el genio de la especie y demás metafísicas, allí la ley de
Malthus, allí la tendencia sociológica á la monogamia, y allí, en fin, el
problema de la prole. Cuajado todo ello en un sutil tejido en que se le suelta á
la imaginación su parte, haciéndole ver, cual tentador señuelo, allá, en gloriosa
lontananza, al espléndido genio. Lee y relee el expediente, corrigiéndolo á
cada lectura, se lo recita tomándose de posteridad, y cuando lo ha visto bueno
saca de él copia y se guarda la pieza original esperando coyuntura propicia de
que á la interesada se le traslade. Quiere antes prepararla para que sea menos
brusca la emoción que le cause y el efecto útil mayor.
Dirígese Avito á casa de Leoncia á iniciar el advenimiento del genio.
—No hagas caso, Leoncia, esas son cosas de mi hermano, y á un hombre
que como mi hermano tiene cosas, se le oye como quien oye llover...
—Es que como empiezo á padecer de reuma, me gusta poco el oir llover...
—¡Don Avito Carrascal!—anuncia la criada en este punto.
—¿Le conoces?—pregunta Leoncia á Marina.
—De oídas tan sólo...
Zgłoś jeśli naruszono regulamin