Abel Sánchez (Miguel de Unamuno, 1917).pdf

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Abel Sánchez
Unamuno, Miguel De
Publicado:
1917
Categoría(s):
Ficción, Novela
Fuente:
Feedbooks
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Acerca Unamuno:
Miguel de Unamuno y Jugo nace en Bilbao el 29 de septiem-
bre de 1864 y muere en Salamanca el 31 de diciembre de
1936. Fue un escritor y filósofo español perteneciente a la ge-
neración del 98. Considerado como el escritor más culto de su
generación, se jubiló en 1934, sus manifiestas antipatías por la
República española llevaron dos años más tarde al gobierno re-
belde de Burgos a nombrarlo nuevamente rector de la universi-
dad de Salamanca, pero fue destituido a raíz de su pública rup-
tura con el fundador de la Legión el 22 de octubre de 1936, por
orden de Franco. En 1962 se publicaron sus Obras completas y
en 1994 se dio a conocer la novela inédita Nuevo mundo.
También disponible en Feedbooks de Unamuno:
Niebla
(1914)
Antología: poemas y sonetos
(1907)
La tía Tula
(1921)
Rosario de sonetos líricos
(1911)
Copyright:
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Nota:
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lizado con fines comerciales.
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UNA HISTORIA DE PASIÓN
A
l morir Joaquín Monegro encontróse entre sus papeles
una especie de Memoria de la sombría pasión que le hubo
devorado en vida. Entremézclanse en este relato fragmentos
tomados de esa confesión ––así la rotuló––, y que vienen a ser
al modo de comentario que se hacía Joaquín a sí mismo de su
propia dolencia. Esos fragmentos van entrecomillados. “La
Confesión” iba dirigida a su hija:
N
o recordaban Abel Sánchez y Joaquín Monegro desde
cuándo se conocían. Eran conocidos desde antes de la ni-
ñez, desde su primera infancia, pues sus dos sendas nodrizas
se juntaban y los juntaban cuando aún ellos no sabían hablar.
Aprendió cada uno de ellos a conocerse conociendo al otro. Y
así vivieron y se hicieron juntos amigos desde nacimiento, casi
más bien hermanos de crianza. En sus paseos, en sus juegos,
en sus otras amistades comunes, parecía dominar e iniciarlo
todo Joaquín, el más voluntarioso; pero era Abel quien, parec-
iendo ceder, hacía la suya siempre. Y es que le importaba más
no obedecer que mandar. Casi nunca reñían. «¡Por mí como tú
quieras… !», le decía Abel a Joaquín, y este se exasperaba a las
veces porque con aquel «¡como tú quieras… !» esquivaba las
disputas.
-¡Nunca me dices que no! -exclamaba Joaquín.
-¿ Y para qué? -respondía el otro. -
-Bueno, este no quiere que vayamos al Pinar -dijo una vez aq-
uel, cuando varios compañeros se disponían a un paseo.
-¿Yo? ¡pues no he de quererlo… ! -exclamó Abel-. Sí, hombre,
sí; como tú quieras. ¡Vamos allá!
-¡No, como yo quiera, no! ¡Ya te he dicho otras veces que no!
¡Como yo quiera no! ¡Tú no quieres ir!
-Que sí, hombre…
-Pues entonces no lo quiero yo…
-Ni yo tampoco…
-Eso no vale -gritó ya Joaquín-. ¡O con él o conmigo!
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Y todos se fueron con Abel, dejándole a Joaquín solo. Al co-
mentar este en sus Confesiones tal suceso de la infancia, escri-
bía: «Ya desde entonces era él simpático, no sabía por qué, y
antipático yo, sin que se me alcanzara mejor la causa de ello, y
me dejaban solo. Desde niño me aislaron mis amigos.»
Durante los estudios del bachillerato, que siguieron juntos,
Joaquín era el empollón, el que iba a la caza de los premios, el
primero en las aulas y el primero Abel fuera de ellas, en el pat-
io del Instituto, en la calle, en el campo, en los novillos, entre
los compañeros. Abel era el que hacía reír con sus gracias y,
sobre todo, obtenía triunfos de aplauso por las caricaturas que
de los catedráticos hacía. «Joaquín es mucho más aplicado, pe-
ro Abel es más listo… si se pusiera a estudiar… » Y este juicio
común de los compañeros, sabido por Joaquín, no hacía sino
envenenarle el corazón. Llegó a sentir la tentación de descui-
dar el estudio y tratar de vencer al otro en el otro campo, pero
diciéndose: «¡bah!, qué saben ellos… », siguió fiel a su propio
natural. Además, por más que procuraba aventajar al otro en
ingenio y donosura no lo conseguía. Sus chistes no eran reídos
y pasaba por ser fundamentalmente serio. «Tú eres fúnebre -
solía decirle Federico Cuadrado-, tus chistes son chistes de
duelo.»
Concluyeron ambos el bachillerato. Abel se dedicó a ser ar-
tista siguiendo el estudio de la pintura y Joaquín se matriculó
en la Facultad de Medicina. Veíanse con frecuencia y hablaba
cada uno al otro de los progresos que en sus respectivos estud-
ios hacían, empeñándose Joaquín en probarle a Abel que la Me-
dicina era también un arte, y hasta una arte bella, en que cabía
inspiración poética. Otras veces, en cambio, daba en menos-
preciar las bellas artes, enervadoras del espíritu, exaltando la
ciencia, que es la que eleva, fortifica y ensancha el espíritu con
la verdad.
-Pero es que la Medicina tampoco es ciencia -le decía Abel-.
No es sino una arte, una práctica derivada de ciencias.
-Es que yo no he de dedicarme al oficio de curar enfermos -
replicaba Joaquín.
-Oficio muy honrado y muy útil… -añadía el otro.
-Sí, pero no para mí. Será todo lo honrado y todo lo útil que
quieras, pero detesto esa honradez y esa utilidad. Para otros el
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hacer dinero tomando el pulso, mirando la lengua y recetando
cualquier cosa. Yo aspiro a más.
-¿A más?
-Sí, yo aspiro a abrir nuevos caminos. Pienso dedicarme a la
investigación científica. La gloria médica es de los que descu-
brieron el secreto de alguna enfermedad y no de los que aplica-
ron el descubrimiento con mayor o menor fortuna.
-Me gusta verte así, tan idealista.
-Pues qué, ¿crees que sólo vosotros, los artistas, los pintores,
soñáis con la gloria?
-Hombre, nadie te ha dicho que yo sueñe con tal cosa…
-¿Que no?, ¿pues por qué, sino, te has dedicado a pintar?
-Porque si se acierta es oficio que promete…
-¿Que promete?
-Vamos, sí, que da dinero.
-A otro perro con ese hueso, Abel. Te conozco desde que na-
cimos casi. A mí no me la das. Te conozco.
-¿Y he pretendido nunca engañarte?
-No, pero tú engañas sin pretenderlo. Con ese aire de no im-
portarte nada, de tomar la vida en juego, de dársete un comino
de todo, eres un terrible ambicioso… -¿Ambicioso yo?
-Sí, ambicioso de gloria, de fama, de renombre… Lo fuiste
siempre, de nacimiento. Sólo que solapadamente.
-Pero ven acá, Joaquín, y dime: ¿te disputé nunca tus prem-
ios?, ¿no fuiste tú siempre el primero en clase?, ¿el chico que
promete?
-Sí, pero el gallito, el niño mimado de los compañeros, tú…
-¿Y qué iba yo a hacerle… ?
-¿Me querrás hacer creer que no buscabas esa especie de
popularidad… ?
-Haberla buscado tú…
-¿Yo?, ¿yo? ¡Desprecio a la masa!
-Bueno, bueno, déjame de esas tonterías y cúrate de ellas.
Mejor será que me hables otra vez de tu novia.
-¿Novia?
-Bueno, de esa tu primita que quieres que lo sea.
Porque Joaquín estaba queriendo forzar el corazón de su pri-
ma Helena y había puesto en su empeño amoroso todo el ahín-
co de su ánimo reconcentrado y suspicaz. Y sus desahogos, los
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